Como cada mañana desperté, escuché como siempre las noticias para saber cómo estaría el clima, enterarme del acontecer social, y darme una idea de cómo pintarían las cosas para ese día y comencé a prepararme y continué con mi rutina diaria.
Todo aparentaba ser normal; sin embargo, algo me dejó muy inquieta al escucharlo en las redes sociales y confirmarlo en las noticias, la suspensión de clases y actividades no esenciales por un virus que creía que nunca llegaría a mi país y mucho menos en mi entorno, el COVID19. Un enemigo letal que poco a poco iba tomando más fuerza.
De un momento a otro me indicaron quedarme en casa y esperar nuevas instrucciones para la nueva forma de trabajo. El miedo y la incertidumbre invadieron mi mente.
Mi rutina diaria cambió por completo, al igual que mi área de trabajo. Ahora debía seguir las instrucciones y medidas de higiene para estar segura y protegida.
Parecía estar viviendo en una película, las calles estaban vacías, la canasta básica escaseaba y poco a poco la ciudad se apagaba, dejando atrás su colorido despertar.
De pronto abrí mis ojos a mi nueva realidad, me di cuenta de algo realmente importante: Mi Familia. Redescubrí lo maravilloso de cada miembro que la integra y cuán valioso es cada uno.
Comencé a disfrutar cada momento y actividad postergada por la vida ajetreada y apurada que llevaba, como lo fue ver una película en familia, hasta jugar un juego de mesa. Son esos detalles y vivencias lo que hacen que la vida sea extraordinaria.
Así es como poco a poco los integrantes de la gran familia del Colegio Cuernavaca, nos hemos adaptado y acostumbrado, no sólo debemos ver esta pandemia como algo negativo sino como una oportunidad de reencontrarnos y de valorar lo que tenemos y a quién tenemos a nuestro alrededor, quizá nos detuvo un momento, pero hasta en una melodía el silencio y la pausa son parte de la hermosa composición.