Aburrirse es mucho más que no tener nada que hacer. Es, en el mejor de los casos, la oportunidad de escuchar tus pensamientos. Es bueno para los adultos y es bueno para los niños. Estos son los beneficios de que tus hijos se aburran.
Si eres de las que se rompen la cabeza ideando actividades para que los niños aprendan, sean más productivos y se conviertan en adultos exitosos, déjame decirte que podrías estar a punto de conseguir el efecto contrario.
Mantenerlos todo el tiempo a mil por hora solo coarta en cierto modo su imaginación. Newton sentó las bases de su teoría de la gravedad al ver caer una manzana y, aunque seguramente no estaba aburrido, de ninguna manera estaba ocupado siendo multitasking.
El arte de no hacer nada nos es ajeno, nos provoca culpa y, sin embargo, nos haría mucho bien. Practicarlo es la primera forma de enseñar a los más pequeños a sentirse cómodos (también) simplemente contemplando.
Además, según una investigación del Centro de Neuroplasticidad y Aprendizaje la Universidad de Granada, el exceso de estímulos produce en los niños un nivel de tolerancia cero donde ya no hay satisfacción en las pequeñas cosas.
Darles cosas como hojas en blanco, plastilina o incluso objetos cotidianos es otra manera de estimular su creatividad y, de paso, de alejarlos por un rato de las pantallas y sus riesgos para la salud.
Al dejar que tus hijos se aburran y, al cabo de un rato, empiecen a crear pensamientos, juegos y hasta juguetes es mucho más probable que conecten con lo que verdaderamente les gusta, que se impongan retos, los consigan y fortalezcan su autoestima.
Dejar que su mente divague es bueno también para el bienestar emocional y el funcionamiento mental. Aprenderán a valorar y gestionar su tiempo y, eventualmente, tendrán una mejor relación con ellos mismos y con quienes los rodean.